A la mayor parte del mundo no le importa la amenaza creciente que supone el colapso ecológico. La mayoría de la gente no se preocupa por el rumbo fijo que llevamos hacia el apocalipsis, o simplemente lo niega. El proceso de retorno a modos de producción preindustriales será terrorífico. Quién vivirá o morirá no será decidido por una deidad benevolente, ni por el equilibrio kármico. Los buenos y los malos no serán separados según lo merezcan. Como siempre, serán los más ricos, y los más brutales, los que tomen esas decisiones.
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