No es difícil reconocer que este planteamiento es una de esas ideas que quedan mejor en abstracto pero que a la hora de aplicarlas generan infinidad de dificultades. Pero si de propuestas originales de clasificación se trata, ¿qué pasaría si intentáramos ordenar los libros por olores? Es cierto que el particular olor que tienen los libros se debe a las condiciones en las que se encuentra cada ejemplar y que distinguir entre dos libros por el olfato puede ser algo poco menos que imposible. Sin embargo, una biblioteca se propuso hacerlo en 1974.
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