Don Pío, como le llaman sus religiosos, reside en esa parte podrida del corazón de los estudiantes que son las “lecturas obligatorias”, Don Pío es ese árbol de la ciencia que el niño noventero no entendió pero buscó en Encarta. Demasiado áspero, demasiado lejano, demasiado sobrio y misántropo ese hombre de la boina, el libro polvoriento y la arruga de disgusto en la frente.
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