Hoy no es fácil entender del todo el ánimo de los países europeos al comienzo del siglo XX. Después del hundimiento del sistema soviético y de otros regímenes políticos inspirados en las ideas colectivistas, que eran grandes novedades hace cien años, es difícil encontrar desafíos rotundos, abiertos, a la democracia política y al mercado como instrumento básico de asignación de recursos y toma de decisiones económicas. Decididamente, la ingeniería social y económica colectivista no pasa por un buen momento.
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