Aquella tarde, un incunable de tapa dura de Miguel Strogoff acabó iluminando mis pupilas, momento en el qué empezaba a leer, y en mi casa no se paginaba otra cosa que no fueran las aventuras de Los Cinco. Di por sentado que el book de Julio Verne acabó en la estantería de una vivienda de la calle Conde Altea.
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