Cuando lo conocí en 1983 era un hombre alto, apuesto, de piel quemada por el sol y con barba y pelo canosos. Gastaba gafas de sol y ajadas rempujas de fieltro, como las de Indiana Jones, con las que luchaba contra las inclemencias solares. Yo antes nunca había conocido en persona a un paleoantropólogo y ni sabía a qué se dedicaba. Él mismo me lo explicó para que lo comprendieran los lectores a los que irían destinados la entrevista que fui a hacerle.
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