Ahora se habla mucho sobre el poliamor o las relaciones alternativas, pero debajo de tanta reflexión y promoción suele anidar un temor: que no seamos capaces de soportar lo que proponen nuestros impulsos. En esa cosa llamada amor, la estructura de nuestra irracionalidad viene cimentada, más que por el sentimiento de propiedad, por la idea egocéntrica de ser únicos para el otro. Ese «ser especial» nos criba del mogollón, de lo común, y convierte en una ofensa terrible el hecho de que nuestra pareja se apasione con alguien más.
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