Los arrestados eran gente normal. Trabajaban como técnicos informáticos o como asistentes en laboratorios médicos; algunos tenían familia e hijos, unas vidas en apariencia normales y corrientes. Los cuatro estuvieron durante décadas en el radar del servicio de inteligencia danés. Eran conocidos activistas comunistas, con estrechas relaciones con los movimientos de liberación nacional del tercer mundo. Pero no tenían ni idea de la dimensión y el alcance de sus acciones ilegales.
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