Laura Cazalilla jugaba a fútbol mucho mejor que la mayoría de los niños de mi clase. Teníamos nueve años y la flaca regateaba que era un primor. El agrietado cemento del patio de la vieja Ikastola Begoñazpi era testigo de cómo aquella apasionada niña bilbaína se magullaba las rodillas en valiente pugna con nosotros, los chicos. Laura era ambidiestra. Recuerdo con nitidez cómo en los dictados de clase se pasaba el boli Bic de la derecha a la izquierda con una asombrosa naturalidad para envidia de sus compañeros. James Garfield, presidente estado
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