"Me gustaría desaparecer. En la ficción o fuera de ella. Me da igual. Pero desaparecer”. Esta fue una de las confesiones que Marilyn Monroe le hizo a Ralph Greenson durante una de sus sesiones. En enero de 1960, la actriz llamó al doctor para que acudiera al Hotel Beverly Hills y, al llegar, éste se encontró con una mujer de aspecto explosivo y alma perdida. De inmediato, y seducido por la idea de incorporar a la estrella a su amplia cartera de celebridades, aceptó ayudarla mediante el psicoanálisis.
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