La independencia de Filipinas fue seguida de un periodo de dominio estadounidense, justificado en que, según el presidente William McKinley, «los filipinos eran incapaces de autogobernarse» y no cabía más opción que «educarlos y cristianizarlos», lo cual era un insulto a los españoles, que habían establecieron mediante decreto, en 1863, la educación pública gratuita en el país. No fue el único intento de EE.UU. encaminado a borrar la presencia de la civilización que vertebró la unidad política y religiosa del archipiélago.
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