Una de las antiguas amantes de Castro, Marita Lorenz, también fue reclutada. Le dieron pastillas de veneno para que las pusiera en la bebida de Castro. Pero Castro se enteró del intento y le entregó su pistola para que la usara en su lugar. "No puedes matarme. Nadie puede matarme", fueron las palabras de Castro, según reportó Lorenz al New York Daily News. "Y él sonrió y masticó su cigarro. Me sentí desinflada. Él estaba tan seguro de mí. Simplemente me agarró. Hicimos el amor".
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