Un árbol centenario flota en mitad del mar Negro. El reflejo de sus ramas sobre las aguas grises solo hace más evidente lo imposible de la escena: un árbol de tal vez diez metros de altura flotando en el mar. En la orilla, dos lugareños observan. A ellos no les sorprende: no es la primera vez que lo ven, y seguramente no será la última. Es una historia que se lleva cierto tiempo repitiendo a lo largo y ancho de Georgia, exrepública soviética situada entre Rusia y Turquía. Una historia de árboles que viajan.
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