La revolución de 1917 había puesto el mundo patas arriba. En los años veinte, todavía no estaba claro si las banderas rojas se detendrían en las fronteras del antiguo Imperio ruso y los intelectuales de todo el mundo podrían pensar en modelos utópicos, pero tenían la esperanza de que tal vez sí se podrían llevar a la práctica. En este contexto, las organizaciones de izquierda y los sindicatos interpretaron que esa moda que estaba causando sensación, el deporte, debía regirse también bajo las premisas de una ética revolucionaria.
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