El de la tipografía es un mundo extraño. Si en Roma levantamos la cabeza para echarle un vistazo a las inscripciones del Arco de Constantino, nos llamará la atención lo mucho que se parecen esas mayúsculas a la mayor parte de los textos impresos en la actualidad. Pero si intentamos leer alguna de las páginas de la Biblia de Gutenberg, unos quince siglos más cercana a nuestra época, nos supondrá (con suerte) un esfuerzo notable y un ligero dolor de cabeza. La culpa (al menos en parte) de que nos resulte más familiar lo romano que lo posterior...
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