Que él fuera un aristócrata ruso y ella la hija de un posadero italiano, no impidió que el príncipe Mikhail Alekseevich Golitsyn se enamorara apasionadamente de Lucia. Y que ella pusiera como condición para convertirse en su esposa que él aceptara el catolicismo, aunque fuera en secreto, tampoco fue un obstáculo. Pero sí un pecado imperdonable, a los ojos de Ana de Rusia, quien en 1732, cuando la pareja llegó a Moscú, era la soberana.
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