Entiendo el fervor incontenido de los fans de Star Wars con la vuelta a los orígenes estéticos que supone El despertar de la fuerza. Entiendo la explosión de júbilo marketiniano de los ejecutivos de Disney, que cual tíos Gilito se les ponen los ojos como platos y las pupilas se les convierten en símbolos de dólar al ver las mareantes cifras de espectadores que pasan por taquilla para disfrutar del último espectáculo de George Lucas, que firma el aplicado y solvente discípulo J. J. Abrams.
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