A James Agee nunca le faltó reconocimiento como poeta, crítico de cine o dramaturgo. Sin embargo, se esperaba mucho más de él. Nunca pudo sacudirse de encima la sospecha de que el suyo era un talento desperdiciado, ni siquiera antes de que su salud decayera. “No hay mucho que contar —escribiría en una carta el 11 de mayo de 1955—. Siento, en general, como si me estuviera muriendo: un terrible estancamiento, en todos los sentidos, pero sobre todo en lo relativo al trabajo”. Cuando sucumbió cinco días después, tenía cuarenta y cinco años...
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