La Iglesia italiana había procedido, a finales del siglo XIX, a concretar su presencia en el sector financiero italiano a través de la fundación de pequeños y medianos bancos católicos, uno de los cuales era aquél en el que Calvi comenzaba a prestar sus servicios. Tomaba su nombre el banco de Ambrosio, el santo de la Iglesia que, según la tradición, había cristianizado Milán a principios del siglo IV.
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