En 1665 murió Felipe IV y el nuevo rey aún tomaba el pecho. Para evitar la mala imagen de coronar como rey a un niño poco desarrollado, los médicos reales aconsejaron suspender la lactancia, que llevaban a cabo catorce sufridas nodrizas. Le prescribieron papillas y, como no se podía mantener en pie, encargaron al sastre unos gruesos cordones para sostenerle mientras recibía a los embajadores extranjeros. Aprendió a hablar a los 10 años y a los 15 apenas podía estampar su firma en un papel: «Yo, el Rey».
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