Antes de que nubes, árboles y humo se fundiesen en un centrifugado durante su caída a tierra, lo último que vieron decenas de pilotos derribados entre 1917 y 1918 (en los estertores de la Primera Guerra Mundial) fue un avión pintado de rojo que escupía balas a una velocidad endiablada. A los mandos de aquel caza encarnado del Kaiserreich se sentaba un soldado que no llegaba a los 30 años: Manfred von Richthofen.
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