Yo tuve un perro malo, malo como un demonio, que solo gruñía y trataba de morder si había gente delante. Cuando tenía público disfrutaba mostrándose agresivo: ladraba a los niños y a las viejecitas, se orinaba en los quioscos de los ciegos y se lanzaba al cuello de los perros más pequeños. Siempre que hubiese alguien contemplando sus fechorías, está claro. Odiaba especialmente a los gatos, porque eran diferentes. Era un chulo y un macarra, un exhibicionista de malos modos, un fan de la violencia gratuita. Un perro rabioso.