“El 5 de mayo de 2016 entré en el hospital con rotura de bolsa amniótica. Estaba embarazada y, como se dice comúnmente, rompí aguas. Se me dio una información muy justa y no tenía casi poder de decisión ni de participación. Desembocó en un parto inducido, instrumentado, que terminó con un corte en la vagina —una episiotomía— para que el bebé saliera más rápido. Me echan del hospital, pasa el tiempo y noto una serie de secuelas. Siento mucho dolor: para dormir, para conducir, para estar de pie, para estar sentada, para trabajar, para escribir...