¿Los medios de comunicación han de aceptar ser instrumentos al servicio de mensajes de odio, de declaraciones que destruyen la convivencia y amenazan el trabajo humanitario, político y diplomático? ¿los medios han de proporcionar voz a quienes se empeñan en violentar la convivencia? La respuesta es un no como una casa. La respuesta, inequívoca y rotunda, es que los medios no pueden ser altavoces del odio. Quienes para propagarlo invocan la libertad de expresión están prostituyendo el concepto, el espíritu de lo que realmente es la libertad.