El país vecino aprueba una ley que protege los entornos ganaderos bajo una premisa: quienes se mudan al campo deben adaptarse a él, y no a la inversa. En el Principado se han dado casos en los que visitantes urbanitas se quejaban del canto de los gallos, de los mugidos de las vacas o del olor a cucho. En los últimos años se ha afianzado una nueva corriente migratoria, acentuada tras la pandemia, que empuja a habitantes de grandes núcleos urbanos a buscar el oasis de tranquilidad que suponen las zonas rurales.