Un día cualquiera te levantas y notas tu voz como ronca. Sientes un leve dolor de cabeza: has cogido algo, deduces con éxito. Ahora bien, ¿qué tendrás?. Enumeras las posibilidades “gripe, resfriado…”. Llegas a otra conclusión brillante: no eres médico. Así que decides pedir cita. Te la dan. Estás en la consulta de espera 2 horas, esperando, esperando, esperando. Entras a la consulta. te hace un diagnóstico. Te receta y te recomienda un medicamento.