El fútbol es una fantasía. En ella proyectamos ilusiones y miedos, ambiciones propias y ajenas, identidades, amores y odios, a menudo como si fuera una película o una serie de televisión. Elevamos a los protagonistas de algo real, con frecuencia, al plano de la ficción. Confundimos a los futbolistas con superhéroes, y no lo son. Confundimos a los futbolistas con robots, y tampoco lo son. Nos confundimos tanto que de vez en cuando llega una bofetada de realidad y no sabemos cómo reaccionar.