El efecto secundario más obvio de los ocho años de Obama ya tiene un nombre: Donald J. Trump, que ayer juró como nuevo presidente de los Estados Unidos con un discurso completamente alejado de las retóricas habituales de una inauguración, un discurso nítidamente populista que, muy a propósito, se alejó de la palabrería para ceñirse a asuntos muy concretos, quizá demasiado concretos.