Yolanda Rodríguez, esteticista malagueña, estuvo más de un mes aguantando en silencio su tormento. Soportó los picores, la hinchazón y cómo las yemas de los dedos se le iban descamando poco a poco hasta convertirse en grietas. Entraba a su centro de belleza en Benalmádena con guantes. Trataba de evitar el dolor, pero sobre todo la mirada asustada de sus clientas al ver el estado de sus manos. Hasta que, una tarde de otoño, se le cayó entera la uña del pulgar izquierdo. «Esto ya no es normal», se dijo.