Se da –y se ha dado siempre– la curiosa y delirante paradoja de que el nacionalismo español ignora su propia existencia, desconoce profundamente la cruda realidad de su reflejo en la respuesta nacional y patriótica de los pueblos que –con mayor o menor comodidad– integran a día de hoy la realidad política interna del estado español, y por tanto, no considera, ni considerará jamás, equiparable las repercusiones de la imposición de su lengua, su modelo estructural o sus símbolos, a la defensa que otras realidades nacionales