Podría referirme al penoso nivel que se ha generalizado en las diatribas políticas, para constatar que facha se ha convertido en el comodín por antonomasia, ese arma arrojadiza que cada cual tiene a mano para lanzarlo, cada vez de modo más prematuro, al contrincante de turno. Del mismo modo en que el franquismo invocaba el espantajo de la conspiración judeo-masónica y marxista internacional, viniera o no a cuento, nuestra democracia agita la descalificación de facha para todo aquello que salga de la corrección política al uso.