Reglamentar la prostitución y reconocerla como un “trabajo”, como se pretende en el Congreso de la Ciudad de México, sería reforzar la construcción de la masculinidad violenta, racista y clasista y mandar el mensaje de que las mujeres son objeto de consumo. A decir de la docente, los hombres que compran sexo saben que las mujeres fingen. Además, ellos no adquieren los servicios por deseo sexual sino por poder. Consumir, señaló, es una forma de demostrar, a sí mismos y a otros hombres, su virilidad.