El sistema político de Estados Unidos siempre ha tenido un aprecio por lo barroco y rebuscado. Tenemos una separación de poderes estricta, con múltiples actores con legitimidad democrática directa. El procedimiento legislativo es lento y farragoso, con partidos indisciplinados. Aprobar legislación requiere sortear media docena de actores con derecho a veto, construir mayorías y consensos complicados, y además hacerlo con gente que no tiene el más mínimo interés de darte una victoria política.