Cuando Andrea Levy llegó a casa el domingo por la noche, se preguntó: "Con todo lo vivido, ¿de verdad alguien tiene que volver a aguantar esto?". Fue media hora, quizá cuarenta minutos. Un paseo de agobios, de asedio, de malas miradas, de coacción. Decenas de manifestantes nacionalistas la rodearon. En silencio, le acercaron sus móviles a la cara, todos ellos con el lazo amarillo 'indepe' en la pantalla. Estrenaban una nueva modalidad de escrache. Menos ruidosa, pero más intimidatoria.