De a poquito le fue quitando a escondidas dinero a su madre, hasta que las monedas le llenaron el puño y marchó a Madrid para no volver. En el pueblo, “¡el del Crimen de Cuenca!”, ni el cura le daba la comunión, recuerda Jose María Chicote. Y a los 17 años flaquito y solo en el mundo llegó a la capital “como en las películas de Alfredo Landa”, sonríe. Trabajó de botones, en una tienda de electrodomésticos en la misma calle donde mataron a Carrero Blanco, en supermercados… hasta que conoció a Manolo, serio y discreto, montaron una floristería