Es probable que te haya sucedido alguna vez: buscas una palabra en español para describir un objeto, un proceso, algo nuevo, y no la encuentras. En su defecto, recurres al inglés. Al fondo de la sala, uno de tus amigos levanta la mano, se pone en pie, agarra el micrófono e inquiere con gran dignidad sobre los porqués del uso del inglés en sustitución del español. Comienza la discusión y el mundo, poco a poco, se divide en dos: a quienes les da igual y a quienes no.