Con la fuerza del Padre Dios, Jesús restaura la humanidad herida. Con esta consideración, la Iglesia debe ser para los creyentes y para el mundo la prolongación en el tiempo de esta presencia cercana al ser humano sufriente. Es justamente el llamado que constantemente hace el papa Francisco de tocar en los pobres, en los enfermos, en los rechazados por el mundo, la carne sufriente de Cristo, el Señor.