#30 Todos los pueblos tienen que pagar las consecuencias de las guerras orquestadas por cuatro viejos a miles de km. Independiente de en qué bando o en qué momento de la historia queramos fijarnos.
A lo que me refería en el comentario anterior es que esos juicios en cierta manera no fueron sino un ejercicio de propaganda por parte de los vencedores; si les interesaban los conocimientos, habilidades, ... de alguien se encargaron de que no acabase ahorcado.
#87 Yo pensaba que de eso tendrán la responsabilidad los millones de personas que les siguen votando pese a casos de corrupción que son más que conocidos desde hace décadas. Pero no, fijo que es cosa de Monedero que el nivel esté en aplaudir a quién llama hijo de puta al rival político...
De ahí que tanta gente defienda la patraña de que cuando más ricos y poderosos sean los ya sobradamente ricos y poderosos más migajas les caerán a ellos...
Yo también he llevado a veces el cristal escondido en los calcetines, otras en los calzoncillos pero otras ya en plan locura lo he llevado directamente en la cartera.
Me la juego sin entrar a leer nada; privatizaciones, colaboraciones público-privadas, y un ejército de empresaurios atraídos por la paguitas (aunque parece que ellos prefieren llamarlas incentivos al desarrollo empresarial y mierdas así de sanguijuelas).
Tenemos mentes constreñidas por las limitaciones de nuestros propios sentidos, pero gracias a Renfe muchos estamos aprendiendo sobre geometrías hiperbólicas y que la distancia más corta entre dos puntos no siempre es una línea recta.
Habría que remontarnos a cierto 18 de junio y al posterior empeño de todos los sátrapas que han ido viniendo por ser un país de propietarios. Previa hipoteca claro está, que para eso financiaron todo el tinglao.
#5 No seré yo quien apoye las guerras entre pueblos, pero tristemente la historia nos ha enseñado que en situaciones así al poder no le han faltado perros de presa y que los encarcelamientos y fusilamientos han estado presentes.
Que hubieran votado a Almeida cuando prometía que cada madrileño pudiera entrar hasta la propia plaza de sol montado en su par de toneladas particular.