Cuando era pequeña, en el colegio, había un abusón llamado Raúl. Tripitía, y mientras nosotros teníamos seis-siete años, él tenía ya cerca de diez. Era un asno en todos los aspectos; vivía con sus abuelos porque al parecer no tenía padre y su madre no le podía cuidar, se había pasado años entrando y saliendo de los servicios sociales y siendo cuidado por las monjas. Ya le habían dicho a sus abuelos que, pagasen o no pagasen, si no pasaba de curso y mejoraba el comportamiento, el año que viene no lo iban a admitir ya; era demasiado mayor para estar en segundo de básica y precisaba un colegio especial.
No se trataba en absoluto de un niño poco inteligente, era simplemente un niño malcriado. Puedo entender que le faltase el cariño y la autoridad de unos padres en sus primeros años de vida, y que sus abuelos le mimasen en exceso para intentar compensar a los padres que en realidad nunca tuvo, y que eso le estropease. Pero de eso, no teníamos la culpa los demás, y nos lo hacía pagar. Lo mejor era no cruzarse en su camino, porque no tenía freno a la hora de soltar la mano. Si tenías algo que él quería, ya podías darlo por perdido, porque te lo quitaría y te sacudiría, y si te chivabas, lo rompería y te volvería a pegar. Si no podía pegarte a la salida porque estaba tu madre, lo haría al día siguiente, o al siguiente... cuando tuviera oportunidad; era rencoroso y vengativo, y no soportaba que nadie quedase por encima de él. Acumulaba castigos y castigos, se pasaba días y días sin salir al recreo o quedándose una hora más, o copiando frases y conjugando verbos. Todo le daba igual, porque luego llegaban sus abuelitos y le hacían los castigos o iban al colegio y decían que tenía que salir por cualquier cosa, o le decían al profesor de turno que necesitaba moverse y jugar, que no le podían tener encerrado.
Un día que habíamos tenido trabajos manuales, se llevó a escondidas las tijeras al patio, y se puso a correr detrás de las niñas para cortarnos trasquilones de pelo. A… » ver todo el comentario
No se trataba en absoluto de un niño poco inteligente, era simplemente un niño malcriado. Puedo entender que le faltase el cariño y la autoridad de unos padres en sus primeros años de vida, y que sus abuelos le mimasen en exceso para intentar compensar a los padres que en realidad nunca tuvo, y que eso le estropease. Pero de eso, no teníamos la culpa los demás, y nos lo hacía pagar. Lo mejor era no cruzarse en su camino, porque no tenía freno a la hora de soltar la mano. Si tenías algo que él quería, ya podías darlo por perdido, porque te lo quitaría y te sacudiría, y si te chivabas, lo rompería y te volvería a pegar. Si no podía pegarte a la salida porque estaba tu madre, lo haría al día siguiente, o al siguiente... cuando tuviera oportunidad; era rencoroso y vengativo, y no soportaba que nadie quedase por encima de él. Acumulaba castigos y castigos, se pasaba días y días sin salir al recreo o quedándose una hora más, o copiando frases y conjugando verbos. Todo le daba igual, porque luego llegaban sus abuelitos y le hacían los castigos o iban al colegio y decían que tenía que salir por cualquier cosa, o le decían al profesor de turno que necesitaba moverse y jugar, que no le podían tener encerrado.
Un día que habíamos tenido trabajos manuales, se llevó a escondidas las tijeras al patio, y se puso a correr detrás de las niñas para cortarnos trasquilones de pelo. A… » ver todo el comentario