<Historias de la puta mili>
Yo siempre me he considerado una persona pacifista y mentalmente estable. Pero durante el servicio militar me vi en una situación límite. Una oficial probablemente amargada de lo difícil que debe ser la vida de una mujer en el ejercito la tomó conmigo, me humillaba e intentaba hacer mi vida lo más miserable posible. Cuando hacíamos guardias y me tocaba ella como oficial de guardia a veces me daba por jugar a apuntarle a la cabeza con el arma cargada, sin que ella se diera cuenta. Ponía el seguro y apretaba el gatillo. Lo apretaba con todas mis fuerzas con la intención de que el seguro fallara y el arma acabara disparándose. Pero eso nunca ocurría. Después lentamente quitaba el seguro y volvía a acariciar el gatillo esta vez con delicadeza y con cuidado de no disparar. A continuación le daba al seguro con el pulgar y rápidamente apretaba el gatillo. Tenía la esperanza de que fallara la coordinación y el arma se disparara, que me olvidara de poner el seguro o que de alguna manera éste no funcionara Eso nunca ocurrió. Esa mujer no sabe lo cerca que estuvo de que le volara la cabeza. Desde entonces nunca más he tenido la intención de asesinar a nadie. Volví a ser una persona pacífica y mentalmente estable. Y eso que ni siquiera estábamos en guerra quién sabe lo que la guerra puede hacer con uno.
</Historias de la puta mili>
Yo siempre me he considerado una persona pacifista y mentalmente estable. Pero durante el servicio militar me vi en una situación límite. Una oficial probablemente amargada de lo difícil que debe ser la vida de una mujer en el ejercito la tomó conmigo, me humillaba e intentaba hacer mi vida lo más miserable posible. Cuando hacíamos guardias y me tocaba ella como oficial de guardia a veces me daba por jugar a apuntarle a la cabeza con el arma cargada, sin que ella se diera cuenta. Ponía el seguro y apretaba el gatillo. Lo apretaba con todas mis fuerzas con la intención de que el seguro fallara y el arma acabara disparándose. Pero eso nunca ocurría. Después lentamente quitaba el seguro y volvía a acariciar el gatillo esta vez con delicadeza y con cuidado de no disparar. A continuación le daba al seguro con el pulgar y rápidamente apretaba el gatillo. Tenía la esperanza de que fallara la coordinación y el arma se disparara, que me olvidara de poner el seguro o que de alguna manera éste no funcionara Eso nunca ocurrió. Esa mujer no sabe lo cerca que estuvo de que le volara la cabeza. Desde entonces nunca más he tenido la intención de asesinar a nadie. Volví a ser una persona pacífica y mentalmente estable. Y eso que ni siquiera estábamos en guerra quién sabe lo que la guerra puede hacer con uno.
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