Me viene el recuerdo de una vez que estábamos en el campo asando carne y bebiendo vino toda la mañana. Cuando a media tarde decidimos retirarnos, para mi entender ya se me habían pasado los efectos del alcohol, aunque dudaba que al 100%, así que bajamos del monte y ahí de frente me topo con la policía local que me manda a echarme al arcén. Seguramente apestaba a vino y a carbón y obviamente, la policía no es tonta. Le vamos a hacer un control de alcoholemia, me dijeron. De acuerdo, conteste. ¿Ha tomado usted algo? No, este pestazo es una colonia que se me avinagro por no usarla. Para no liarme, me preguntaron si tenía algún problema en aparecer en la revista mensual de la policía local. Por ese entonces no existía internet. De broma, les pregunté que si de gratis. Bueno, ya veremos, me respondieron. Bueno, sí, acepto. ¿Qué iba, a negarme? Solo podía perder. Ya me tenían arrinconado, sentado en el furgón, con el soplador en la boca y el otro apuntándome con una cámara réflex analógica. Total, que di positivo por unas décimas. Cuando en mi cabeza ya estaba haciendo cuentas de cuanto me iba a costar la bromita, me preguntaron que donde vivía. A quince minutos de aquí, respondí. Me dieron una palmadita en el hombro y me dijeron que siguiera y me agradecieron la colaboración. Ese día me tocó la lotería.