Quizá sea porque me resulta difícil ser optimista sobre el futuro de nuestra especie en un mundo en el que el terror y la violencia copan los titulares de los medios. Quizá sea que cada vez veo más posible una sociedad distópica con robots más cercanos al ideal de hombre que los humanos. Sea por lo que sea, en estos días crece mi curiosidad por los avances que se están produciendo en la inteligencia artificial ligada a eso que hasta ahora creíamos que nos distinguía como humanos: las emociones.
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