Jordi Galcerán (Barcelona, 1964) no es un dramaturgo prolífico pero sí pertinaz. Se levanta cada mañana y va a su estudio con la intención de darle al teatro algo original. Empieza muchos textos pero la mayoría acaban en la papelera. La prueba de su autoexigencia es que desde El crédito, su anterior estreno, hasta FitzRoy han pasado diez años. Que sus obras funcionen tan bien en la cartelera (El método Grönholm, Burundanga…) le permite no conformarse con cualquier cosa.
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