El 7 de marzo de 1969, la Universidad de Madrid —que más tarde sería conocida como la Universidad Complutense— se engalanaba para recibir a la primera supercomputadora del Estado español. El cacharro, una IBM 7090 que ocupaba toda una habitación, había sido donada por la empresa estadounidense. Aquella máquina, más otro tipo de equipamientos, se encontraban en el Centro de Cálculo, un edificio construido por Miguel Fisac un año antes, y que va a ser el lugar desde el que muchos artistas comiencen a experimentar con un nuevo arte.