Hay que reconocer en Manuel Valls una cierta coherencia. Sabe que no puede jugarlo todo. Sabe que su mejor papel es el del traidor megalómano de mirada febril, el ambicioso borderline que rueda por su manzana y cree, a pesar de las burlas, en un destino demasiado grande para él. Así que se acumula. El traje del funcionario electo local no le sentaba bien. Ha soñado con ser un salvador durante demasiado tiempo. Inaugurar rotondas, bautizar mediatecas, ¡muchas gracias! Lo que necesitaba era un país. Lo probó en España, pero oye, qué quieres...
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