Cada madrugada, cuando intento dormirme, pienso: “Un día menos de guerra”. Pero inmediatamente me invade un dolor interno que me dice: “No puedo más”. Cuando amanece, veo a mis hijos y a mi mujer Amal poniéndose en pie, dispuestos a hacer sus tareas diarias y pienso que no tengo derecho a hundirme. A pesar de los bombardeos, de las enfermedades que me rodean, de haber tenido que cambiar 15 veces de casa... Hay que seguir adelante.
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