La guerra contra el terrorismo, esa campaña sin fin lanzada hace 14 años por George Bush, se enreda en contorsiones cada vez más grotescas. El lunes, el juicio en Londres de un sueco, Bherlin Gildo, acusado de terrorismo en Siria, se derrumbó después de que saliera a la luz que los servicios de inteligencia británicos habían estado armando a los mismos grupos rebeldes que el acusado estaba acusado de apoyar. La fiscalía abandonó el caso, aparentemente para evitar poner en aprietos a los servicios de inteligencia.
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