Girando sin cesar en espiral creciente
el halcón no puede oír al halconero;
todo se derrumba, el centro no se sostiene;
la pura anarquía se desata sobre el mundo,
la marea turbia de sangre se desata y en todas partes
la ceremonia de la inocencia se ahoga;
los mejores carecen de convicción, y los peores
están llenos de apasionada intensidad.
Seguramente alguna revelación está próxima.
Seguramente está cercano el Segundo Advenimiento.
¡El Segundo Advenimiento! Apenas pronunciadas esas palabras
una vasta imagen que emerge del Spiritus Mundi
empaña mi visión: en algún lugar en las arenas del desierto
una figura con cuerpo de león y cabeza de hombre,
de mirada vacía y despiadada como el sol,
mueve sus lentos muslos, mientras alrededor
se ciernen las sombras de los indignadas pájaros del desierto.
La oscuridad cae de nuevo; pero ahora sé
que veinte siglos de pétreo sueño
fueron perturbados hasta la pesadilla por una cuna que se mece,
¿y qué tosca bestia, llegada al fin su hora
se arrastra hacia Belén para nacer?
William Butler Yeats