Para celebrar la vida
-o para olvidarte de ella
si te enseña los colmillos-,
no hay nada mejor que un bar.
En su interior,
se dan cita los solitarios empedernidos,
y los que temen a la soledad,
los que no quieren volver a casa
y los que no saben dónde ir.
Todos encuentran su sitio.
Ni el amor ni la amistad,
sin un bar, sería lo mismo.
No hay infierno personal,
que no haga más llevadero,
ni instante de felicidad,
que no arrebate al olvido.
Además,
para no pasar de largo,
no te faltarán motivos:
que te aburres de tu sombra,
vas al bar;
que el mundo se va al carajo…
otro vino.
Karmelo C. Iribarren