Los arcoíris de aceite
devanan sus laberintos
de porfiadas imposturas
arrecidos de tormentas
como flores venenosas
que Baudelaire olvidó,
y en el nácar de tus huesos
ensayan bajorrelieves
preñados de maldiciones
como misterios guardados
para las piedras rosetas
de algún nuevo Champolión.
No me preguntes por qué.
Pregúntate por qué no.